Época: Arte Antiguo de España
Inicio: Año 500 A. C.
Fin: Año 150 D.C.

Antecedente:
El arte ibérico contextualizado

(C) Manuel Bendala Galán



Comentario

En principio, los iberos concentraron sus principales preocupaciones artísticas en los santuarios y las necrópolis, con menor inversión de esfuerzo y menos inquietudes en los núcleos de habitación. Pensando en éstos, los iberos guardaron sus mejores bazas para dar juego a las murallas. Es verdad que nuestra información puede estar sesgada por las limitaciones con que se topa en el conocimiento de centros principales ibéricos, perdidos los vestigios de casi todos ellos, a menudo por la continuidad de la ocupación en etapas históricas posteriores, consecuencia lógica y directa de la estabilidad y la capacidad de perduración de las estructuras urbanas.
Es verdad que también en esto empiezan algunos hallazgos recientes a llamar la atención sobre una dignificación urbanística más notable, y desde fechas más antiguas, de lo que hasta no ha mucho se creía. El descubrimiento hace pocos años de un complejo muro de aterrazamiento en el Cabezo de San Pedro de Huelva, fechable en el siglo VIII a. C., documenta una temprana presencia de obras públicas de envergadura en ciudades tartésicas. Y en páginas anteriores, al tratar del desarrollo urbano que sirve de soporte a las producciones artísticas de gran nivel, se hizo mención de los centros que, en estudios recientes, están poniendo de relieve la preocupación por los espacios públicos, desde las calles, a las plazas y a edificaciones de cierta dignidad, sobre todo desde la maduración de las preocupaciones urbanísticas en el siglo VI a. C.

En este sentido, ha sido una grata sorpresa el descubrimiento en el asentamiento ibérico de la Isleta de los Baños, en Campello (Alicante), de edificios fechables en el siglo IV a. C. de probable carácter templario, insertos, además, en una cuidada trama urbanística. Demuestra la presencia en las poblaciones ibéricas de templos, o de edificios públicos de importancia, si para alguno de ellos hay que llegar a esa conclusión en el estudio definitivo, incorporando la cultura ibérica a la tendencia general de las grandes civilizaciones mediterráneas de disponer de centros religiosos en sus ciudades o poblados. Estos y más datos de Ullastret (Gerona), el Cabezo de Alcalá de Azaila (Teruel), La Escuera (Alicante) y otros centros, corroboran este hecho y obligan a sustituir la imagen tradicional que hacía llevar los templos o santuarios ibéricos a parajes naturales.

No obstante, aun en casos como el de los templos citados, la arquitectura sigue siendo muy modesta, basada fundamentalmente en zócalos de piedra sin labrar, alzados de tapial o de adobe, estructuras de madera. A diferencia de lo que ocurre en las grandes civilizaciones mediterráneas, los iberos nunca emplearon tejas cocidas, ni otros elementos arquitectónicos de terracota, funcionales o decorativos, como fueron tan frecuentes, por ejemplo, en Etruria. Y sobre todo en las ciudades y poblados, apenas podemos hacer mención del uso de procedimientos o de elementos arquitectónicos de calidad o de prestigio: columnas y capiteles, aparejos cuidados de sillares, etc. Sólo en tiempos recientes, en época helenístico-romana, con el reimpulso a la vida ciudadana que entonces tuvo lugar, se advierten señales de la entrada en los poblados y ciudades de esos elementos de alto nivel arquitectónico. Por supuesto, nunca se empleó el mármol como material de construcción, para cuya entrada como tal en las ciudades de Iberia habrá de esperar hasta época imperial romana.

Pensando en sus núcleos de habitación, los iberos guardaron sus mejores bazas para dar juego a las murallas. Por la importancia de la defensa y, tanto o más si cabe, por su valor emblemático como expresión de poder, como signo de prestigio, las murallas recibieron una atención preferente. Puede comprobarse en centros antiguos de tradición tartésica, como los citados de Tejada la Vieja, en Huelva, el asentamiento de la Torre de Doña Blanca, en Cádiz, o el de Plaza de Armas de Puente de Tablas, en Jaén; y más aún en las ciudades propiamente ibéricas: Sagunto, en Valencia; Ullastret, en Gerona; Olérdola, en Barcelona; etc. En estos últimos se pusieron a contribución sistemas constructivos de vanguardia en el Mediterráneo -tanto en las técnicas de muros y aparejos (ciclópeos, poligonales...), como el planteamiento del conjunto de las murallas (muros de cremallera, torres cilíndricas, poligonales, aquilladas...)- sistemas inspirados frecuentemente en la magnífica arquitectura defensiva de los griegos.

Pero hay que salir de los centros de hábitat para encontrar en necrópolis y santuarios la mejor o más refinada arquitectura ibérica conocida. El mausoleo de Pozo Moro ejemplifica la arquitectura más antigua y de más alto nivel en el ámbito ibérico, con perfectos sistemas de sillería trabada con grapas y ricos complementos decorativos. Es el mejor exponente de un tipo turriforme de sepulcro monumental relativamente abundante, depositario de preocupaciones arquitectónicas que se ven igualmente reflejadas en monumentos funerarios de otros tipos: cámaras bajo túmulo como las de Tútugi (Galera, Granada); simplemente subterráneas, como la de Tugia (Toya, Jaén); o en tumbas con arquitecturas externas del tipo de los llamados pilares-estela. En estos monumentos, además del empleo de cuidados paramentos de sillares, son frecuentes los capiteles y demás complementos arquitectónicos de abolengo mediterráneo -golas, cornisas, zapatas, etc.-, en cuya ejecución se advierte un sabor propio, a menudo por el gusto por los motivos abstractos, por las lacerías de formas orgánicas.